Carlos Montenegro: del nacionalismo revolucionario a la era del gas natural @bguzqueda
Quienes consideran que el nacionalismo revolucionario, como teoría política/filosófica/económica, pasó a buena vida, se equivocan.
Montenegro, Guevara y Paz Estenssoro, entre otros, ya pensaron el país como ahora vive, sustentado en políticas sociales con base en hidrocarburos.
Es grande honor escribir sobre el nacionalismo revolucionario y su influencia en la historia económica —y política— de Bolivia con motivo de un nuevo 9 de abril.
1952 fue esa revolución que, en esta primera década del siglo XXI, sigue vibrando en el alma de la nación boliviana.
Al margen de consideraciones subjetivas/objetivas, el nacionalismo revolucionario constituye un hecho histórico/político axiomático, con mandatos que permanecen incólumes particularmente en la economía.
Nunca antes decisiones de corte político habían marcado tanto el rumbo de Bolivia en su desarrollo económico. Esas jornadas marcan una epopeya de emancipación de las denominadas fuerzas de la nación, la liberación del alma nacional —ese colectivo que constituimos todos los bolivianos— fomentada entonces por jóvenes nacionalistas/revolucionarios que tuvieron, como tareas previas, escribir y reescribir la historia y la política de la República difundiendo ideas y pensamientos en su pequeño pasquín/periódico denominado La Calle, bastión imprescindible en la cimentación de ese “Estado nacional” —que hoy 2014 está pendiente de edificar— a partir de la reconversión del antiguo modelo de “Estado feudal” para consolidar la visión de un Estado nacional cimentado por una burguesía boliviana productiva cuya máxima fue/es la unidad a partir de una "alianza de clases". Ese fue, en líneas generales la tesis del nacionalismo revolucionario.
Los frutos políticos de la ideología del nacionalismo revolucionario se pueden percibir en el paso del tiempo: Voto Universal, transformador de la cualidad principal del objeto/indígena en sujeto/político/indígena, otorgándole derecho al voto y a la elección, previa su liberación del pongueaje sociológico/psicológico al que estuvo sometido, en acción previamente concretada por el presidente colgado Gualberto Villarroel y que han colocado al indígena como eje central de la política boliviana.
La liberación de los indígenas de Bolivia ocurrió con el nacionalismo revolucionario, no se equivoque nadie.
En lo económico urgía una transformación de Bolivia. Vino entonces la Nacionalización de las minas, referente económico de trascendencia latinoamericana que desarticuló “roscas” externas e internas que manejaban la economía, y por ende, Bolivia. Esa política de estado tuvo resultados económicos favorables para el sostenimiento de la República hasta mediados de los 80.
Otro eje de complementación de la nueva economía del nacionalismo revolucionario fue la Reforma Agraria: entregó la producción del campo —en manos de pocas familias— a los ciudadanos sin importar su procedencia ni condición social.
Esos hechos de decisión política, pero de resultado palpable en la transformación económica, han remozado las estructuras del país y han estado sustentados en una ideología del triunfo de la nación por sobre la antinación. El nacionalismo revolucionario no era de extrema izquierda ni de derecha era una perfecta simbiosis arropada por la Tesis de Ayopaya, avizorada años antes por Carlos Montenegro y Wálter Guevara Arze, respectivamente, pensadores que pergeñaron y estructuraron herramientas teórico-ideológica-políticas para la ejecución posterior de un verdadero plan estratégico de reconstrucción del país llevado a efecto en el transcurso de casi 60 años y ejecutado por las presidencias de Víctor Paz Estenssoro (1952-1956; 1960-1964; 1985-1989), Hernán Siles Suazo (1956-1960; 1982-1985), Wálter Guevara Arze (1979), Lydia Gueiler Tejada (1979-1980) y Gonzalo Sánchez de Lozada (1993-1997; 2002-2003), con luces y sombras como toda obra humana.
La visión y tesis del nacionalismo revolucionario apuntó a construir un estado fuerte y una burguesía boliviana empoderada por los próximos 100 años. Y esa andadura aún sigue en plena vigencia.
Queda hoy pendiente restituir el credo de la alianza de clases que invocaba la cohesión permanente de blancos, criollos, indios, mestizos y negros en una Bolivia siempre autorreconocida como plural y hermanada, aunque hoy los odios fratricidas de ciertos grupos de ultra izquierda han sembrado desconfianzas y enemistades que van a ser superadas de re-editarse la Alianza de Clases.
Se equivocan quienes dan por concluido el proceso histórico/filosófico del nacionalismo revolucionario. Pervive. Hay tareas inconclusas y medidas posteriores como la Participación Popular, la Capitalización social y el Seguro Materno-infantil, que han sido modelos transicionales sujetos a ajuste y modernización para readecuarlos a los desafíos político/económicos del siglo XXI.
Con todos sus yerros, el nacionalismo revolucionario volvió a marcar su impronta histórica a mediados de los 90 cuando recogió —¡finalmente!— la visión de Carlos Montenegro: cambiar el eje de pensamiento/acción/desarrollo de la Bolivia del estaño a la Bolivia del petróleo, gas, de la energía.
Montenegro dibujó ya en su pensamiento constructor que Bolivia debía sustentar su desarrollo en los hidrocarburos! Como periodista, parlamentario, ministro y embajador tenía amplio conocimiento de la política boliviana y sus meandros, sabiendo capar siempre hábilmente las siempre turbias aguas del quehacer político nacional.
La caída de los precios del estaño de mediados del 80 obligó a los estrategas consecuentes del nacionalismo revolucionario a repensar Bolivia a partir de la naciente economía de los hidrocarburos, para reinsertar al país al competitivo escenario económico internacional como único medio de subsistencia de nuestras nuevas generaciones. Estrategas de los 90 —bebiendo del manantial ideológico establecido por Montenegro y del presidente Victor Paz Estenssoro— no estuvieron lejos ni fuera del planteamiento central de defensa de la nación boliviana: establecieron una nueva visión de nación supra/histórica que permitió reposicionar a la Bolivia del estaño, en la que se desenvolvió el nacionalismo revolucionario del pasado siglo, a la Bolivia del gas y la energía, que es donde se va a desarrollar la Bolivia por los próximos doscientos años.
Desde aquí a más de sesenta años de distancia de Paz Estenssoro, Montenegro y esos jóvenes amantes de una Bolivia poderosa cabe un homenaje especial y a parte al ideólogo que ya caviló en la Bolivia de la energía, del petróleo y del gas: a Carlos Montenegro.
Carlos Montenegro (1903-1953) hace casi 70 años atrás ya advirtió que el país tenía una nueva llave donde apuntalar su desarrollo: el petróleo, genéricamente hablando el gas y la energía. Bolivia está adportas de ejecutar un nuevo salto al desarrollo integral a partir de los hidrocarburos, tal y como Montenegro ya ensoñaba en su tesis de petróleo para el desarrollo boliviano.
Ese ilustre cochabambino y boliviano de talla latinoamericana, filósofo contemporáneo de la República, se empapó de nuevos aires políticos/históricos en Buenos Aires, Santiago, Estados Unidos en México y en otras capitales, además de haber templado su espíritu como combatiente la Guerra del Chaco (1932), aspectos que le permitieron entender Bolivia, decodificarla y reconstruirla para el futuro. Sus obras reflejan su visión de larga distancia: Nacionalismo y Coloniaje (1943), Inversiones Extranjeras en América Latina (1962) entre sus más destacadas.
De seguro queda pendiente una investigación bibliográfica minuciosa de Montenegro y su influencia en el pensamiento económico boliviano. Tarea pendiente para quienes realmente desean ver en retrospectiva/prospectiva a una Bolivia siempre conflictuada pero al final victoriosa ante las adversidades.
¿Cómo supo Montenegro que Bolivia tendría su base de desarrollo histórico/económico sustentado en la energía?
Era un conspirador del tiempo. Con capacidad crítica intensa y de análisis de una nueva geopolítica que se alzaba en el Continente: veía a una Bolivia como un centro económico del cono Sur por donde confluyen ideas revolucionarias democráticas y económicas imparables para el futuro de la construcción de América Latina.
Aportó a la modernización del estado boliviano: fue el creador del Ministerio de Trabajo y Previsión Social, una novísima institución para los 50 y autor intelectual del hoy utilizado “fuero sindical”. Fue ideólogo de la expulsión “jurídica” de la norteamericana Standar Oil y quizá su ópera prima, la creación, por vez primera en la historia burocrática boliviana, del Ministerio de Minas y Petróleo. Se nota ya a un Montenegro político dedicado a dejar huella en el desarrollo del pensamiento económico del país.
Entendía que no puede haber revolución ni menos República sin un Estado fuerte controlando los ejes de la economía: minería y el petróleo (la energía).
Montenegro fue el Presidente que no fue. La naturaleza impidió que llegue a ese sitial. Un cáncer impidió realizar su pensamiento de redención económica de Bolivia.
No sería un desatino ni una falta de respeto que los bolivianos consideremos la emblemática y ya mitológica figura de Carlos Montenegro, como Ministro en Jefe de los Hidrocarburos bolivianos, ad perpétuam, como es, por ejemplo, el insigne abogado Pantaleón Dalence, jefe de la Justicia boliviana.
Por: Boris Santos Gómez Úzqueda
MBA, Profesor Universitario. Consultor del sector privado.
Twitter: @bguzqueda
Montenegro, Guevara y Paz Estenssoro, entre otros, ya pensaron el país como ahora vive, sustentado en políticas sociales con base en hidrocarburos.
Es grande honor escribir sobre el nacionalismo revolucionario y su influencia en la historia económica —y política— de Bolivia con motivo de un nuevo 9 de abril.
1952 fue esa revolución que, en esta primera década del siglo XXI, sigue vibrando en el alma de la nación boliviana.
Al margen de consideraciones subjetivas/objetivas, el nacionalismo revolucionario constituye un hecho histórico/político axiomático, con mandatos que permanecen incólumes particularmente en la economía.
Nunca antes decisiones de corte político habían marcado tanto el rumbo de Bolivia en su desarrollo económico. Esas jornadas marcan una epopeya de emancipación de las denominadas fuerzas de la nación, la liberación del alma nacional —ese colectivo que constituimos todos los bolivianos— fomentada entonces por jóvenes nacionalistas/revolucionarios que tuvieron, como tareas previas, escribir y reescribir la historia y la política de la República difundiendo ideas y pensamientos en su pequeño pasquín/periódico denominado La Calle, bastión imprescindible en la cimentación de ese “Estado nacional” —que hoy 2014 está pendiente de edificar— a partir de la reconversión del antiguo modelo de “Estado feudal” para consolidar la visión de un Estado nacional cimentado por una burguesía boliviana productiva cuya máxima fue/es la unidad a partir de una "alianza de clases". Ese fue, en líneas generales la tesis del nacionalismo revolucionario.
Los frutos políticos de la ideología del nacionalismo revolucionario se pueden percibir en el paso del tiempo: Voto Universal, transformador de la cualidad principal del objeto/indígena en sujeto/político/indígena, otorgándole derecho al voto y a la elección, previa su liberación del pongueaje sociológico/psicológico al que estuvo sometido, en acción previamente concretada por el presidente colgado Gualberto Villarroel y que han colocado al indígena como eje central de la política boliviana.
La liberación de los indígenas de Bolivia ocurrió con el nacionalismo revolucionario, no se equivoque nadie.
En lo económico urgía una transformación de Bolivia. Vino entonces la Nacionalización de las minas, referente económico de trascendencia latinoamericana que desarticuló “roscas” externas e internas que manejaban la economía, y por ende, Bolivia. Esa política de estado tuvo resultados económicos favorables para el sostenimiento de la República hasta mediados de los 80.
Otro eje de complementación de la nueva economía del nacionalismo revolucionario fue la Reforma Agraria: entregó la producción del campo —en manos de pocas familias— a los ciudadanos sin importar su procedencia ni condición social.
Esos hechos de decisión política, pero de resultado palpable en la transformación económica, han remozado las estructuras del país y han estado sustentados en una ideología del triunfo de la nación por sobre la antinación. El nacionalismo revolucionario no era de extrema izquierda ni de derecha era una perfecta simbiosis arropada por la Tesis de Ayopaya, avizorada años antes por Carlos Montenegro y Wálter Guevara Arze, respectivamente, pensadores que pergeñaron y estructuraron herramientas teórico-ideológica-políticas para la ejecución posterior de un verdadero plan estratégico de reconstrucción del país llevado a efecto en el transcurso de casi 60 años y ejecutado por las presidencias de Víctor Paz Estenssoro (1952-1956; 1960-1964; 1985-1989), Hernán Siles Suazo (1956-1960; 1982-1985), Wálter Guevara Arze (1979), Lydia Gueiler Tejada (1979-1980) y Gonzalo Sánchez de Lozada (1993-1997; 2002-2003), con luces y sombras como toda obra humana.
La visión y tesis del nacionalismo revolucionario apuntó a construir un estado fuerte y una burguesía boliviana empoderada por los próximos 100 años. Y esa andadura aún sigue en plena vigencia.
Queda hoy pendiente restituir el credo de la alianza de clases que invocaba la cohesión permanente de blancos, criollos, indios, mestizos y negros en una Bolivia siempre autorreconocida como plural y hermanada, aunque hoy los odios fratricidas de ciertos grupos de ultra izquierda han sembrado desconfianzas y enemistades que van a ser superadas de re-editarse la Alianza de Clases.
Se equivocan quienes dan por concluido el proceso histórico/filosófico del nacionalismo revolucionario. Pervive. Hay tareas inconclusas y medidas posteriores como la Participación Popular, la Capitalización social y el Seguro Materno-infantil, que han sido modelos transicionales sujetos a ajuste y modernización para readecuarlos a los desafíos político/económicos del siglo XXI.
Con todos sus yerros, el nacionalismo revolucionario volvió a marcar su impronta histórica a mediados de los 90 cuando recogió —¡finalmente!— la visión de Carlos Montenegro: cambiar el eje de pensamiento/acción/desarrollo de la Bolivia del estaño a la Bolivia del petróleo, gas, de la energía.
Montenegro dibujó ya en su pensamiento constructor que Bolivia debía sustentar su desarrollo en los hidrocarburos! Como periodista, parlamentario, ministro y embajador tenía amplio conocimiento de la política boliviana y sus meandros, sabiendo capar siempre hábilmente las siempre turbias aguas del quehacer político nacional.
La caída de los precios del estaño de mediados del 80 obligó a los estrategas consecuentes del nacionalismo revolucionario a repensar Bolivia a partir de la naciente economía de los hidrocarburos, para reinsertar al país al competitivo escenario económico internacional como único medio de subsistencia de nuestras nuevas generaciones. Estrategas de los 90 —bebiendo del manantial ideológico establecido por Montenegro y del presidente Victor Paz Estenssoro— no estuvieron lejos ni fuera del planteamiento central de defensa de la nación boliviana: establecieron una nueva visión de nación supra/histórica que permitió reposicionar a la Bolivia del estaño, en la que se desenvolvió el nacionalismo revolucionario del pasado siglo, a la Bolivia del gas y la energía, que es donde se va a desarrollar la Bolivia por los próximos doscientos años.
Desde aquí a más de sesenta años de distancia de Paz Estenssoro, Montenegro y esos jóvenes amantes de una Bolivia poderosa cabe un homenaje especial y a parte al ideólogo que ya caviló en la Bolivia de la energía, del petróleo y del gas: a Carlos Montenegro.
Carlos Montenegro (1903-1953) hace casi 70 años atrás ya advirtió que el país tenía una nueva llave donde apuntalar su desarrollo: el petróleo, genéricamente hablando el gas y la energía. Bolivia está adportas de ejecutar un nuevo salto al desarrollo integral a partir de los hidrocarburos, tal y como Montenegro ya ensoñaba en su tesis de petróleo para el desarrollo boliviano.
Ese ilustre cochabambino y boliviano de talla latinoamericana, filósofo contemporáneo de la República, se empapó de nuevos aires políticos/históricos en Buenos Aires, Santiago, Estados Unidos en México y en otras capitales, además de haber templado su espíritu como combatiente la Guerra del Chaco (1932), aspectos que le permitieron entender Bolivia, decodificarla y reconstruirla para el futuro. Sus obras reflejan su visión de larga distancia: Nacionalismo y Coloniaje (1943), Inversiones Extranjeras en América Latina (1962) entre sus más destacadas.
De seguro queda pendiente una investigación bibliográfica minuciosa de Montenegro y su influencia en el pensamiento económico boliviano. Tarea pendiente para quienes realmente desean ver en retrospectiva/prospectiva a una Bolivia siempre conflictuada pero al final victoriosa ante las adversidades.
¿Cómo supo Montenegro que Bolivia tendría su base de desarrollo histórico/económico sustentado en la energía?
Era un conspirador del tiempo. Con capacidad crítica intensa y de análisis de una nueva geopolítica que se alzaba en el Continente: veía a una Bolivia como un centro económico del cono Sur por donde confluyen ideas revolucionarias democráticas y económicas imparables para el futuro de la construcción de América Latina.
Aportó a la modernización del estado boliviano: fue el creador del Ministerio de Trabajo y Previsión Social, una novísima institución para los 50 y autor intelectual del hoy utilizado “fuero sindical”. Fue ideólogo de la expulsión “jurídica” de la norteamericana Standar Oil y quizá su ópera prima, la creación, por vez primera en la historia burocrática boliviana, del Ministerio de Minas y Petróleo. Se nota ya a un Montenegro político dedicado a dejar huella en el desarrollo del pensamiento económico del país.
Entendía que no puede haber revolución ni menos República sin un Estado fuerte controlando los ejes de la economía: minería y el petróleo (la energía).
Montenegro fue el Presidente que no fue. La naturaleza impidió que llegue a ese sitial. Un cáncer impidió realizar su pensamiento de redención económica de Bolivia.
No sería un desatino ni una falta de respeto que los bolivianos consideremos la emblemática y ya mitológica figura de Carlos Montenegro, como Ministro en Jefe de los Hidrocarburos bolivianos, ad perpétuam, como es, por ejemplo, el insigne abogado Pantaleón Dalence, jefe de la Justicia boliviana.
Por: Boris Santos Gómez Úzqueda
MBA, Profesor Universitario. Consultor del sector privado.
Twitter: @bguzqueda
Carlos Montenegro: del nacionalismo revolucionario a la era del gas natural @bguzqueda
Reviewed by luis
on
4/06/2014
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