Venezuela: Economía Política de la Democracia (Un ensayo para la discusión) @DoubleplusUT #especial
Resumen: Venezuela
es hoy expresión viva de procesos muy complejos. Se conjuntan su propia
historia y características particulares –ser país petrolero– con la política y
la economía del siglo XX latinoamericano, a la vez que país de ensayo de nuevas
expresiones de la aparente contradicción entre liberalismo y marxismo. Se juega
aquí la suerte de la última bandera disponible del socialismo, ahora denominado
socialismo del siglo XXI.
En
este trabajo, se pasa revista rápida al siglo petrolero venezolano, viendo cómo
tal condición ha hecho posible el proyecto populista con todos sus resultados y
negaciones. Fracaso económico, destrucción de la democracia y la emergencia de
un cierto tipo de autoritarismo posmoderno, que haciendo uso de la institución
democrática, la destruye sin más.
Por
eso afirmamos que el autoritarismo populista no es sino la expresión de la
apoteosis del imaginario premoderno que lo sustenta y cuya realización impone a
la sociedad el pago de dos significaciones centrales de la modernidad: la
libertad y la democracia. La economía en el neoautoritarismo es vista
como subsidiaria e incluso inoperante: se trata de administrar recursos y pagar
la instalación del modelo social.
Las
viejas discusiones entre riqueza y capital, buen vivir, producción y
productividad, son sustituidas por vagos criterios de distribución, sin enlace
ya con ninguna de las tradiciones teóricas que supuestamente sustentan el
modelo. El asunto hace parte de la ya larga tradición de la “cultura de la
simulación”donde decir y hacer no tienen nada que ver.
Que
un modelo así necesariamente tuviera que fracasar parece casi una tautología;
y, sin embargo, que no se escape una variable que lo hizo posible por casi 16
años y de vuelta lo haría nuevamente factible yendo precisamente a contravía
con todas las teorías: el ingreso petrolero; que hace posible la conversión de
la enfermedad rentista en política económica, pues, ¿qué sucedería nuevamente
si la renta petrolera fuera capaz de financiar la sobrevivencia de tal sociedad
de reparto autoritario? ¿Acaso la granja de Orwell no se haría mágicamente
factible?
Este
ensayo, sin embargo, va por otros senderos y discute los vínculos entre el
imaginario populista y lo que considera su destino póstumo: el
autoritarismo. Reivindica la democracia como régimen y no como procedimiento y
se une a quienes postulan la política y la democracia como las verdaderas variables
independientes del entramado social, no determinadas y, por tanto,
determinantes. La ampliación de la reflexión suscitada llevaría a un severo
cuestionamiento de las cosmovisiones liberal y marxista; y a una retoma del
desafío democrático.
Quien
esto escribe está en deuda con los autores, escritores, investigadores,
docentes, articulistas y profesionales citados, aunque asume la responsabilidad
exclusiva de sus interpretaciones y afirmaciones. Tampoco se pretende con este
ensayo agotar la discusión, ni mucho menos; por el contrario, se busca abrir la
reflexión y el intercambio con vistas a procurar hacer posible y real un
proyecto democrático para Venezuela.
Sumario:
§ Antecedentes
§ El ciclo petrolero
§ La sociedad autónoma en proyecto: la sociedad democrática
§ El socialismo del siglo XXI: apoteosis de un imaginario premoderno
§ Las negaciones del socialismo del siglo XXI
§ La Economía Política de la Democracia
1.
Democracia, libertad y modernidad
2.
Lo público: ámbito de lo político y
la democracia
3.
Qué democracia
4.
Democracia: ¿régimen o
representación?
§ Fuentes y bibliografía
§ Antecedentes
Venezuela
inauguró este siglo con un proyecto político y social de envergadura. Se trata
del socialismo del siglo XXI. ¿Qué es? ¿Cómo inscribirlo en la historia de la
izquierda y la democracia mundial y latinoamericana? ¿Cuáles han sido sus
realizaciones después de casi 16 años de gobierno? ¿Cuál es su postura respecto
a la democracia? ¿Cuáles son sus tesis económicas? ¿Cuál es su futuro? Son
estas preguntas de acuciante actualidad parte de lo que nos proponemos revisar,
que no agotar, en este aporte. También otras, para nosotros de igual urgencia,
son, ¿cuál es el futuro de Venezuela como proyecto nacional? ¿En qué medida
este socialismo del siglo XXI es parte de nuestro pasado o de nuestro futuro?
¿Cómo concebir para Venezuela las categorías centrales de la modernidad como
son libertad, política, democracia, economía; y cómo entender las relaciones
que rigen entre ellas? ¿Hay determinismo? Y, si lo hubiera, ¿cuál es? ¿Es
posible discernir un proyecto de país para Venezuela? ¿Qué proponer?
La
historia no es fatalidad. Nada es porque sí inevitable y tampoco hay una línea
de progreso garantizada en ningún sentido ni natural ni divino. La historia es
creación humana. Ninguna trascendencia hay en esta afirmación y, en cambio,
apuntala el sentido de la pregunta con la que terminamos el párrafo anterior;
por eso, porque no cabe fatalidad es por lo que cobra sentido la pregunta: ¿Qué
proponer? Se trata de perfilar una visión de país que inserte a Venezuela en el
contexto mundial y, afirmativamente, en la modernidad. Que responda y reconozca
la historia universal y la propia nuestra. Sin complejos y tampoco con
patologías o ideologías preconcebidas y sus derivas fanáticas o
pseudoreligiosas. Nuestra posición es esencialmente democrática. Decir
democracia es apelar al territorio del ciudadano, un ser humano formado en el
aprecio de los espacios privado y público; capaz de reconocer sus derechos y
sus deberes, capaz de darse una ley y cumplirla, capaz de diálogo, reflexión y
deliberación. Un ciudadano democrático reconoce que su opinión es siempre
compartida y que la ley es para todos aunque en el debate democrático la suya
no sea siempre la opinión dominante. Reconoce la diversidad y reconoce la
existencia plena del otro. Reconoce la alteridad propia de lo histórico-social.
Es capaz de darse un proyecto de vida en libertad y dedicarse responsablemente
a él, sin menoscabo de los derechos de su prójimo y del resto de los
ciudadanos.
Un
ciudadano moderno reconoce la economía, la política, la democracia y las
inscribe todas dentro de una noción clara de libertad. El presente trabajo
intenta una reflexión sobre las relaciones de todas estas esferas entre sí, en
el contexto de la historia y la economía venezolanas y propone una perspectiva
centrada en la democracia, entendida como régimen y no como procedimiento.
§ El ciclo petrolero
Venezuela
tiene una historia antes y otra después de la aparición del recurso petrolero,
pero las cosas no son ni tan directas ni ocurrieron en forma automática ni
inmediata y tampoco es que esta “aparición” es precalificable como conveniente
ni lo contrario. Si se ha hecho popular el mito del “rico país petrolero” o el
del “excremento del diablo”, es por una deformación interpretativa, pues nada
permite afirmar tal cosa ni su contrario, ni teórica ni históricamente. Estas
no son más que creencias tejidas en el imaginario colectivo, no pocas veces con
responsabilidad grave de su liderazgo político y económico. El petróleo aparece
en la realidad nacional el 31 de julio de 1914 en el Cerro La Estrella de la
población Mene Grande, cuando se inició la explotación comercial del pozo
Zumaque 1. Todo comenzó con una producción diaria de 250 barriles de petróleo.
Contamos pues hasta 2014 con emblemáticos 100 años de explotación del recurso
natural.
Investigadores tanto del área económica como otros con una perspectiva
no económica, coinciden en identificar un primer periodo de “bonanza” (Saboín,
XX:2014) o “una democracia populista, muy efectiva” (Torres, 1:2014)
hasta el año 1978 y sus alrededores, momento a partir del cual identifican un
largo periodo de estancamiento hasta entrado el siglo XXI. Es interesante
observar estas coincidencias entre visiones estrictamente económicas y otras
más abarcadoras y con un ángulo de visión definitivamente más socio-cultural. Es
interesante, decimos, porque intentamos infiltrar en la teoría económica esas
otras perspectivas, pues pensamos que la “teoría económica” por sí sola no se
sostiene y mucho menos explica el encadenamiento causal que por mucho tiempo
creyó determinar respecto al resto de la constitución de lo social[2].
En
economía las dos grandes cosmovisiones que intentaron explicar la sociedad y
que han marcado las elaboraciones teóricas correspondientes y dominantes, desde
el siglo XVII hasta hoy, han sido la visión liberal y la visión marxista.
Ambas, en sus raíces, han sostenido, cada una a su modo y fieles ambas al
legado positivista heredado de la Ilustración, que lo económico determina la configuración
del resto de la sociedad. Para los liberales el elemento determinante es el
mercado, mientras para los marxistas se trata de su postulado de la
infraestructura económica, de la cual tendría que derivar toda la
superestructura de la sociedad. En ambos casos, se trata de postulados
ahistóricos o que se encuentran por encima de la historia al ser considerados
como elementos con rango de precedencia lógica necesaria del entramado social.
Mercado y Ley Social, ambos con mayúscula, han constituido así para el
desarrollo de la Economía Política y sus derivados sendos paradigmas,
aparentemente divergentes y que están en la raíz de todo el extravío
teórico-político actual. Dada la refutación histórica de cada uno de estos
paradigmas, nos parece indefendible continuar sosteniendo tales cosmovisiones,
aunque reconocemos que es una discusión que será necesario continuar dando no
siendo este el lugar para tal cosa.
La economía, en nuestra perspectiva, no determina nada y, más bien al
contrario, en todo caso, ella misma es otro producto más, derivado de la
institución imaginaria de la sociedad[3],
creación cada vez posible solamente porque es el resultado de la capacidad
instituyente del hombre y su sociedad, combinación de imaginario individual
radical y del imaginario social. No hay ley ni determinación y tampoco creación
heterónoma de la sociedad. Las sociedades crean su propio mundo, incluyendo las
explicaciones heterónomas que luego argumentan para ocultar la realidad de su
autoinstitución permanente.
Con
esto en mente regresemos a Venezuela, ¿qué llamamos el “ciclo petrolero”?
Designamos con este nombre el periodo de 100 años que va desde 1914 hasta 2014
y hasta hoy, como resultado del cual el país abandonó su condición de nación
rural, campesina y premoderna para ingresar gradualmente al siglo XX como país
urbano y civil; mientras a la vez intelectual y culturalmente continuaba
anclado en su premodernidad. De esta bipolaridad social es de lo que se trata.
Los baños de modernidad que el país ha ostentado durante el siglo XX pasado y
hasta hoy, constituyen, en efecto, adhesiones superpuestas a un imaginario
social predemocrático, cuando no claramente militarista y antidemocrático. Lo
que podemos llamar la tradición democrática venezolana está constituida por
escasos cuarenta años que van desde 1958, con su “momento emblemático el 23 de
enero”, hasta 1999, cuando comienza su pulverización definitiva. Por lo tanto,
sin ir más lejos, de los 100 años del ciclo petrolero, 60 años han sido de
abierta dictadura o de interludio democrático, por decir lo más. Extiéndase el
cálculo a los 184 años de la historia republicana desde 1830 y estamos hablando
de un magro 32% de convivencia democrática. Si consideramos nuestra historia
desde la llegada de Colón por estas tierras, el porcentaje de “convivencia
democrática” es apenas de 7,66% de nuestra historia.
En
este sentido cobra importancia la posición del investigador y economista
venezolano Asdrúbal Baptista. Para este autor, el petróleo “(…) pudo haber
malogrado el crecimiento endógeno de la sociedad”. Identifica que en
Venezuela no hay “escisión” entre Estado y sociedad civil, lo que impide el
equilibrio social y transforma al Estado en una entidad que termina “jugando
ajedrez consigo mismo, y nuestra sociedad civil exigiendo al Estado: usted
tiene que hacer esto y esto y esto, porque es deber del Estado esto, esto y
esto”. Termina concluyendo que para “el caso venezolano nunca ha existido el
liberalismo económico” (Baptista, 2014:1). Nótese la radicalidad del autor al
negar toda cualidad liberal al ciclo petrolero venezolano. Se trataría de un
mero mecanismo mercantil artificialmente sostenido por un Estado todopoderoso y
dueño de todo aquello que impediría la emergencia de una ciudadanía autónoma,
aún en el más blando sentido del término. Como puede derivarse de esto, la
democracia así es fundamentalmente imposible.
Las
posturas de los estudiosos de la economía nacional varían, pero cada vez
parecen estar más de acuerdo en que la economía es insuficiente para garantizar
libertades civiles y democráticas. Así, otro economista, Francisco Ibarra
Bravo, afirma “No habrá democracia estable y verdadera mientras los venezolanos
no seamos verdaderos ciudadanos, el camino que iniciamos en 1999 es el regreso
(a) la servidumbre, a volver a ser siervos de quienes nos gobiernan” (Ibarra,
1:2014).
Parece que hay que reconocer que, al menos en nuestro caso, en
perspectiva histórica, no puede afirmarse una tradición democrática dominante.
La buena noticia es que cada vez se hace más claro para economistas e
investigadores que el problema puede estar centrado en el déficit de democracia
y la falta de una verdadera Paideia o
educación ciudadana, solo sustentable en instituciones democráticas.
Cuando
aparece el petróleo, gradualmente al comienzo y epilépticamente luego,
sobreviene una aparente riqueza con todos los efectos tanto en la esfera
económica y social, como en lo profundo del imaginario colectivo. Nuestra
reflexión acerca del ciclo petrolero parte de este enlace que consiste en la
intrusión de la economía petrolera con todos sus efectos de “modernidad” en el
contexto de una sociedad sin tradición democrática y de hecho “premoderna”, a
su modo. Se trata de una doble espiral que se entrelaza pero que no garantiza,
porque es imposible, ni la conexión real con la modernidad ni el desenlace
democrático. Entiéndase, no impide tampoco que la modernidad y la democracia
puedan ser, sino que tales realizaciones deben ser deseadas y trabajadas y se
corresponden con un proyecto por la autonomía individual y social que
trasciende la esfera económica y que no espera que sea un derivado de esta.
Este es a nuestro juicio el aprendizaje.
En
este sentido, Torres identifica un periodo de “democracia populista”, con
logros económicos y sociales innegables, asentada en un “Estado liberal” y que
prevaleció entre los años 1958 – 1978; economistas han caracterizado a las
cercanías de estos años (1950 – 1970) como los “años dorados” (Saboín: 2014).
En lo que atañe a este trabajo este periodo está curiosamente marcado por la
estabilidad del precio del petróleo. Entiéndase bien, los “años dorados” se
corresponden (¿paradójicamente?) con un periodo de estabilidad del precio. Como
sabemos, la volatilidad en el precio de esta variable comienza en el año 1974 y
desde entonces ha sido la cualidad fundamental del periodo que termina en 2014
y 2015. Este precio ya nunca más sería estable.
Precisemos
un poco más cómo resultó esta evolución: desde 1974 hasta 1978 el precio se
mantiene en $13.99 bp. Es a partir de 1979 que salta ese mismo año a $19.88 y
en 1980 a $32.69, para promediar $31.43 desde 1979 hasta 1983, ambos años
inclusive. ¿Por qué nos detenemos en 1983? Pues porque, como sabemos, en ese
año se produce el “Viernes Negro Venezolano”, bajo la presidencia de Luis
Herrera Campins.
Es
decir, Venezuela registró una democracia populista asentada en un supuesto
“Estado Liberal” con resultados económicos positivos desde 1958 hasta 1978,
justo cuando los precios del petróleo se mantuvieron casi totalmente estables;
y, es precisamente cuando los precios comienzan a elevarse en el periodo que va
desde 1974 hasta 1983, cuando termina esa década con una profunda crisis
económica y cambiaria. Entonces, ¿cómo entender toda esta aparente paradoja? El
asunto nos invita a reconsiderar los mitos con los que hemos pervertido nuestra
visión de país, atando nuestro crecimiento a la realidad petrolera mundial y
confundiendo este crecimiento con verdadero desarrollo.
Ahora
bien, la historia no concluye allí. Todo el periodo siguiente desde 1983 hasta
2003 es recesivo y se interrumpe con un nuevo repunte agresivo en los precios
del petróleo para los años 2004 – 2008, que se estabilizan hasta 2014, cuando
en julio se produce el derrumbe de precios que ahora vive la economía mundial y
sufre la economía venezolana. Nuevamente, la prociclicidad del
comportamiento de la economía respecto a los precios del petróleo se manifestó
plenamente.
Saboín nos muestra cómo el análisis comparado de los periodos 1978 –
2003 y 2004 – 2008, respectivamente, deja ver la sujeción cuasi perfecta del
comportamiento del consumo familiar per cápita real
(ajustado a los términos de intercambio) al movimiento de los precios
petroleros. Tomamos de su trabajo la siguiente Tabla 1:
Como puede observarse, Venezuela, con un índice negativo de -1,3% en el
consumo familiar per cápita, está
por debajo de los promedios de sus pares en la OPEP, América Latina y el resto
del mundo, para los años 1978 – 2003. En cambio, supera en más del 40% los
promedios correspondientes para los países OPEP y por más de tres veces a sus
pares en América Latina y el resto del mundo para los años 2004 – 2008. Se
puede entender así las razones que proporcionaron la popularidad del Presidente
Chávez[4].
Ahora bien, si se considera la evolución de las variables económicas
desde 2009 hasta 2014 se puede constatar cómo todos estos “logros” resultaron
completamente insostenibles.
Visto
a mayor plazo, la conclusión es que el crecimiento/decrecimiento de las
variables económicas en estos treinta años confirma la prociclicidad entre los
precios del petróleo y una bonanza aparente, sobrevenida y ajena a la
productividad del país, que ha sido el denominador común para todo el ciclo
petrolero. La verdad es que han sido 100 años de manejo procíclico de las
políticas económicas de todos los gobiernos, tanto los populistas democráticos
como el populismo autoritario actual.
Observemos
el comportamiento del PIB total de la economía y de los precios del
barril petrolero venezolano para el periodo desde 1936 hasta 2014. Podemos
considerar suficiente este periodo para catalogar los cien años del ciclo
petrolero, puesto que el periodo desde 1914 hasta 19135, lo confirma. Queremos
revisar la correlación entre el crecimiento real de la economía y la variable
petrolera.
El
gráfico muestra tanto la evolución histórica del precio del barril petrolero
venezolano en el periodo considerado, como el comportamiento del PIB real,
ambos medidos con base en el año 1997 y llevados a índices, a fin de poder
realizar la comparación. Ambos han sido tomados de la obra “Bases cuantitativas
de la economía venezolana: 1830 – 2008” del profesor Asdrúbal Baptista, cuya
referencia completa puede verse en la bibliografía.
Comencemos
con el PIB que Baptista designa con el nombre de “Índice de economía total”.
Tabla
2
Períodos
de precios del petróleo a la baja
|
Índice de Economía Total Promedio
(Base
1997)
|
Cualificación
del periodo
|
1981 – 1986/1988
|
66,91
|
Estancamiento
|
1991 – 1994
|
89,76
|
Crecimiento leve
|
1998
|
100,35
|
Estancamiento
|
Tabla
3
Períodos
de precios del petróleo al alza
|
Índice de Economía Total Promedio
(Base
1997)
|
Cualificación
del periodo
|
1974 – 1981
|
63,95
|
Crecimiento
|
1990
|
75,18
|
Crecimiento
|
1995 – 1996
|
93,34
|
Estancamiento
|
1999 – 2008
|
107,61
|
Crecimiento fuerte
|
2008 – 2014
|
nd
|
Estancamiento fuerte
|
Para
los periodos de baja en el precio del petróleo el Índice de Economía Total
tiende al estancamiento. Para aquellos al alza, la economía entonces crece, con
la excepción de binomio de años 1995-1996 y el ya largo periodo 2008-2014
(habrá que añadir el 2015) en que el ciclo petrolero ha sido ya rebasado y que
aún contando con altos precios y políticas fiscales expansivas, fue ya
imposible el crecimiento dada la acumulación de efectos del desorden populista.
Cuando en julio de 2014 los precios del petróleo se derrumbaron en el mercado
mundial ya el daño a la economía nacional estaba marcado y la crisis estaba en
el horizonte.
Podemos
afirmar la prociclicidad como el vicio de todo el periodo petrolero; e incluso
podemos medir su ineficacia a partir de un sencillo indicador de “elasticidad”
del crecimiento del producto a partir de las variaciones del precio del
hidrocarburo. Tomemos como base la misma serie.
Nótese
cómo hasta 1974, inclusive, el comportamiento de la economía muestra una
tendencia histórica creciente, independientemente de la marcha siempre
deprimida de los precios del petróleo. A partir de 1974, como anotamos arriba,
comienza la epilepsia de precios de esta mercancía en el mercado mundial,
mientras el índice de economía total no reacciona al ritmo de aquellos. Por el
contrario, en 1983 se produce el primer colapso de la economía real, del cual
el país luego de casi 33 años no logra recuperarse. Serían recesivos nuevamente
los años 2002-2003, y luego 2009-2010, para repuntar hasta 2013 y derrumbarse
luego desde 2014, antes de la caída en los precios mundiales del petróleo, y
2015, que ahora transcurre. Dos observaciones son claras: hay correlación
evidente entre el comportamiento de los precios del petróleo y la economía real
medida por el Índice de Economía Total, pero tal sensibilidad ni está
garantizada por alguna relación funcional, ni es elástica.
Tomando
como base el año 1997, con la excepción de los años 1998 y 1999, los precios
del petróleo han permanecido siempre por encima, en términos reales, a
aquellos de 1997, por lo menos en un +23% en 2001, con topes de hasta +628,43%
en 2012. Para todo el periodo 1998-2015 los precios del petróleo han
superado en promedio anual a los de 1997 en 3,25 veces, esto es, +325%;
mientras tanto el promedio de variación de la economía total ha sido del +2%,
con un comportamiento errático y nunca mostrando tendencias de continuidad.
Véase el siguiente cuadro:
Nota
al cuadro:
2008.
Cálculos propios a partir de cifras
tomadas de la obra XXX, hasta 2008. Los años 2009-2010 son estimaciones propias
2009.
VAR%IET: Variación porcentual del
Índice de Economía Total
2010.
VAR%IPP: Variación porcentual del
Índice del Precio del Petróleo
La
conclusión es evidente: si para que la economía logre un crecimiento promedio
de apenas el 2%, es preciso mantener los precios del petróleo al menos al
triple de aquellos que tuvimos en 1997 y esto para siempre, cualquier modelo de
crecimiento, sin ni siquiera hablar de desarrollo, es completamente inviable.
Si para algo ha servido el periodo populista autoritario de los últimos quince
años ha sido para pulverizar los mitos de la economía rentista y el imaginario
que le es propio.
§ La sociedad autónoma en proyecto: la sociedad democrática
El proyecto social por la autonomía individual y social es la sociedad
democrática en proyecto. Supone un sujeto reflexivo y deliberante y, a la vez,
requiere una sociedad que estimule la presencia de este sujeto. Se trata del
individuo autónomo en la sociedad autónoma, ambos siempre en proceso de
elaboración. Nótese la impertinencia que supone llamar a esta sociedad
socialismo o capitalismo. El desplazamiento de énfasis que proponemos consiste
precisamente en un apartamiento de las dos grandes cosmovisiones que han
dominado la modernidad desde el siglo XVII: liberalismo y marxismo. No se trata
de una “tercera vía”. Es un desplazamiento de énfasis, repetimos, de lo
económico hacia lo político y de ésta esfera hacia el postulado democrático. Es
un ethos o modo de ser otro de aquel en que
derivó la Ilustración y la modernidad. No se trata de afirmar que el “núcleo
determinante” de la sociedad es la propiedad privada o las leyes del mercado y
tampoco la propiedad colectiva o, menos aún, la propiedad estatalizada. Es
evidente que se admite la propiedad y el mercado, pero en lugar de afirmar que
basta con estas instituciones para garantizar la democracia y una sociedad con
sentido, se busca la composición de sentido individual y social en la
afirmación del ethos del ciudadano
democrático y en una retoma de la política como modo de ser del ciudadano y, en
fin, de una educación democrática.
Todo
esto consiste en una profundización sincera de las instituciones democráticas
que hicieron posible el Occidente moderno. Se trata de impedir el secuestro de
la institución democrática por ninguna de sus instancias: política, económica,
militar o religiosa y mucho menos por parte del Estado. Veamos en extenso cómo
lo aprecia Ana Teresa Torres, psiquiatra, investigadora y escritora venezolana;
explicando aquello que entiende por imaginario democrático. Nos dice:
“Entiendo
por ello no solamente el cumplimiento de algunos ritos y formas democráticas,
como el ejercicio del voto o la existencia nominal de los poderes públicos, sino
el reconocimiento de los valores esenciales del sistema, tales como la
separación de poderes, el respeto por las leyes y la Constitución, los derechos
de las minorías políticas, la alternabilidad de gobierno, el sometimiento del
poder militar al civil, la credibilidad en los organismos del Estado como
representantes y custodios de los derechos y deberes de todos los ciudadanos, y
en general la aceptación de una cultura ciudadana”. (Torres, 2:2014)
Suscribimos
íntegramente el punto de vista de la investigadora; y es que, añadimos, sin
imaginario democrático, sin las significaciones imaginarias sociales
correspondientes, el proyecto democrático es insostenible y no puede esperarse
que la “bonanza petrolera”, o en otras palabras, la economía se hará cargo o dará
lugar de manera funcional a toda esta composición de sentido; es al contrario,
en ausencia del “imaginario” la institución social resulta degradada y se abren
los caminos para la negación de la democracia. Es lo que muestra
contundentemente el ciclo petrolero venezolano al que aludimos en el punto
anterior. De acuerdo con nuestro análisis, el populismo autoritario al cual
condujo el ciclo petrolero ni es casual ni tampoco el resultado de una trampa
urdida por algunos; es la derivación explicable a partir de la degradación o
frustración institucional, educativa, psíquica y política de la nación.
Una
economía sin las significaciones imaginarias sociales de la democracia podrá,
quizá, conseguir crecimiento pero jamás progreso, pues este se mide en el plano
ético y no numérico. China es hoy en día una poderosa economía y ha reducido la
pobreza en 60% y sin embargo es un país sometido, sin ciudadanos. Allí el
fracaso comunista fue mutado hacia un verdadero
capitalismo/socialismo/autoritarismo –lo que, de paso, pulveriza todas
las premisas liberales y marxistas al mismo tiempo–. Desde nuestra perspectiva,
China crece, pero no progresa. Allí solo cabe un sujeto fabricado para
producir y consumir, no para gobernarse a sí mismo, pues sin asuntos públicos no
hay espacio público y donde esto ocurre tampoco hay política y la democracia no
puede ser. Lo público deviene “propiedad privada del déspota” o la casta de
turno y la libertad es imposible; y, atención, todo esto puede ocurrir mientras
la economía crece, incluso en forma sostenida.
Por
lo tanto, se requiere el “entorno” apropiado y este no puede ser otro que la
institución democrática. Es este el gran proyecto de Occidente desde la Grecia
Clásica hasta hoy. Herencia traicionada muchas veces, pero viva. Es también el
legado de la ilustración y la modernidad, pues desde entonces el ser humano y
su sociedad advierten y se hacen conscientes de su capacidad autoinstitutiva,
abandonan toda heteronomía divina y declaran que “ser moderno es no aceptar la
verdad revelada”, ni divina ni sometida a ley natural ni histórico-social.
Ahora bien, es un hecho que la Ilustración recayó nuevamente en la heteronomía
al rendirse ante el imperio de la razón positivista. Así pues, superar la
heteronomía positivista de la razón, es precisamente el siguiente progreso
hacia una verdadera modernidad. Progreso que, con los dolores correspondientes,
está siendo posible a partir de la experiencia histórica, intelectual y
política del siglo XX.
Así pues se trata de hacer posible la formación del “ciudadano
democrático”. Un miembro de la polis que
de forma continua participa activamente en ella. Acá solo son posibles dos
opciones: o emerge el ciudadano o el ser humano se transforma en un número más
en las estadísticas de producción y consumo, cuando hay éxito económico. Esto
es lo que perdió de vista tanto el liberalismo económico como el marxismo:
ambos creen haber descubierto aquello que determina el resto de lo social a
partir de la economía y declaran dogmáticamente que es el mercado o la teoría
de la superestructura. En ambos casos se trata de centralidad heterónoma en lo
económico y ocultamiento de la autoinstitución. El resultado final no
puede ser otro que aquel que vemos en el proyecto autoritario. Tanto el
liberalismo económico como el marxismo suponen para sí mismos una racionalidad
absoluta que por lo tanto tiene que negar cualquier otra racionalidad, para
terminar intentado imponerse para siempre, sin advertir la sin razón que todo
esto supone.
Pero
ocurre que el resultado de esta racionalidad-centralidad-dominio de lo
económico sobre el resto de la vida social no puede ser sino patología: el
control psicótico de la sociedad. Esta es la interpretación que hacemos de la
lectura no económica del asunto. Es esto a lo que ha conducido el abandono de
la economía política en nombre, primero, de una teoría económica fría y
descarnada; y luego, en nombre de las ideologías totalitarias, en cualquiera de
sus empaques: marxismo, nazismo, fascismo, sociedades religiosas, populismo
posmoderno latinoamericano, etc.
Es en
esta tradición degenerada que entendemos los neoautoritarismos latinoamericanos
de moda, donde sin la menor duda inscribimos al socialismo del siglo XXI. No es
casualidad que el régimen venezolano hoy se llame socialista y sin pedir paso
apele por igual al marxismo que a cualquier religión –católica,
evangélica, babalao – o al ancestralismo histórico; y hasta la brujería, no
siendo en realidad coherente con ninguna. En este despliegue neurótico habrá
siempre una y la misma víctima: la democracia; y con ella la posibilidad del
proyecto de autonomía individual y social y la libertad que defendemos.
§ El socialismo del siglo XXI: apoteosis de un imaginario premoderno.
La
tesis central de nuestro trabajo es que aquello que representa el socialismo
del siglo XXI en el encuadre de nuestra historia contemporánea no constituye,
en realidad, nada nuevo, sino la intromisión de cierto discurso y la ideología
correspondiente en la sociedad venezolana; discurso e ideología que, en sí
mismos, nada nuevo son tampoco y nunca han sido debidamente desplegados más
allá del propósito cada vez más desvelado de mantenerse en el poder “para
siempre”. Se identifica en ese discurso una aparente oposición frontal al
capitalismo como sistema, acompañado de un enaltecimiento de los pobres y las
culturas ancestrales. ¿Es marxista esta postura? Veamos.
Marx
partió del capitalismo para superarlo y jamás para devolver la historia a
etapas precapitalistas que consideró, siendo consistente en esto consigo mismo,
dentro de su filosofía y su materialismo histórico, como cosas superadas para
siempre. Si postuló su socialismo y el comunismo al que daría lugar
–erradamente o no, no es el caso aquí– fue porque los consideró etapas
superiores, que sustituirían al capitalismo superándolo en todo. Jamás habría
postulado la desindustrialización, por ejemplo, y en una lectura occidental y
no asiática de sus teorías, incluso su discurso fue contra la propiedad
privada, pero no contra la propiedad como un todo, que de suyo consideró ineliminable,
porque de otra manera, ¿cómo sostener el paso de la propiedad de los medios de
producción del capitalista a la clase obrera? En todo caso, como se sabe,
tampoco el término y el ideal socialista es propiedad de Marx. Allí están los
socialistas utópicos anteriores, tan cuestionados por el mismo Marx, para
demostrarlo; y están también el socialismo europeo y democrático del siglo XX,
también vigente en América Latina. Decimos esto para conceder al socialismo del
siglo XXI el derecho al uso del término. Pero el problema es su intolerancia e
incoherencia con todas de las definiciones del mismo y consigo mismo. Esto en
primer lugar: el socialismo del siglo XXI no es marxista por donde quiera que
se le mire, aunque use a conveniencia el término de manera completamente vacía,
cuando no falsa. Tampoco es democrático, aunque postule su “democracia
participativa y protagónica”.
¿Es
anticapitalista el socialismo del siglo XXI? En el discurso, quizá, si es que
eso fuera suficiente para algo; pero, en la práctica real, en qué sentido
podría serlo cuando su propia supervivencia depende en un ciento por ciento de
los precios de realización del producto que mueve la economía mundial que, como
se sabe, es capitalista, incluyendo a China. Se trata de un régimen que en el
día despotrica del capitalismo y de noche reza para que se sostenga y crezca,
como única opción de hacerse viable económicamente gracias a los precios del
petróleo.
Las
contradicciones continúan si evaluamos el supuesto apego del régimen a los
derechos ancestrales de una población mítica que habría sido devastada por
Occidente desde la misma conquista hasta hoy o a los pobres de cualquier
momento. ¿Qué pueblos ancestrales son esos y dónde están? ¿Qué concepto de
justicia ancestral es ese? ¿Debemos entregar la sociedad a las minorías o,
incluso, a las mayorías raciales? ¿Cuáles? ¿Por qué? ¿No deberíamos por el
contrario promover la convivencia aunada a la modernidad, con el respeto por
cada nacionalidad? ¿Por qué el miembro que se considere minoría (o mayoría)
identitaria iba a ser más venezolano que usted o yo o nosotros más que ellos?
La ancestralidad es sencillamente un recurso de cooptación de la interpretación
histórica y nuevamente es parte de la idea de desprender de la conciencia
colectiva todos aquellos hitos identificatorios con el occidente moderno.
En cuanto a la pobreza, ¿qué se puede exaltar de ella? ¿No es acaso algo
que superar y punto? Acá los absurdos e incoherencias del socialismo del siglo
XXI llegan a los máximos: ¿debemos mantenernos todos pobres para siempre? ¿Por
qué? Y si debemos superar la pobreza, ¿qué clase de no-pobres debemos ser?
¿Quién dicta la norma? En Venezuela ya hemos visto lo que nos tiene preparado
el socialismo del siglo XXI; y, hay que decirlo, nada nuevo es: se trata de una nomenklatura o “casta” –la de siempre–
llena de privilegios frente a una población mísera y sometida. Es todo.
Mantener la pobreza es más bien parte del proyecto hegemónico de dominación:
siempre será más fácil de sostener frente a una población débil económicamente
y sin otros recursos que aquellos que le “conceda” un Estado todopoderoso.
Yendo
al hilo de la historia contemporánea de Venezuela, cuando se evalúa el
desempeño del régimen actual por sus realizaciones concretas lo que se observa
es la replicación de todos los errores que en materia de políticas públicas y,
más precisamente económicas, ya cometieron todos los gobiernos que lo
precedieron, con una sola diferencia: ninguno de los gobiernos anteriores llevó
hasta sus últimas consecuencias el populismo y la ausencia absoluta de criterio
económico. Es lo que llamamos apoteosis del imaginario premoderno.
§ Las negaciones del socialismo del siglo XXI
Así pues, el socialismo del siglo XXI es, visto desde la perspectiva de
la modernidad, aquel proyecto que ha sido capaz de ignorar sin más la
política, la historia y la economía. El compendio de todas estas supresiones no
puede ser otro que la liquidación de todo vestigio de democracia y, en el
extremo, de libertad individual y social. El único proyecto es el “Plan de la
Patria”, la única visión es la de la burocracia y el único discurso aquel que
emana de las alturas del poder. Pero, recordemos, para la modernidad, la
política es el territorio donde la sociedad debate los asuntos colectivos y
públicos, con arreglo y respeto por el espacio privado. Aquí es imposible
presumir siquiera la posibilidad de un mundo que opine de una sola forma y que,
de paso, esta sea la que convenga a la nomenklatura dominante.
A su vez, la supresión de la historia es otra de las metas del régimen y para
esto basta con ver las políticas educativas al nivel que se quiera. Los
intentos de imponer el discurso educativo único favorable al régimen son
incontables, desde los textos de primaria hasta el manejo de la política
universitaria. La modificación de los símbolos patrios no es, dentro de estos
propósitos, asunto del azar. Se trata de dislocar todo el imaginario para
imponer al hegemón. Así, la historia es la gesta guerrera de la casta militar
que salva recurrentemente al país y que para nada requiere de ciudadanos, a
quienes protege a lo sumo, para lo cual es preciso que someta.
En
cuanto a la economía, ¿cuál es la teoría económica de este régimen? Respuesta:
ninguna. Entonces, ¿cuál puede ser la política económica de un régimen que no
tiene ninguna teoría económica? Respuesta: ninguna. Pero, entonces, ¿cómo
entender un gobierno sin política económica? Respuesta: no le interesa. Lo suyo
no es gobernar, sino mantenerse en el poder. Y, ¿en qué puede basarse tal
pretensión? Pues en la chequera petrolera. Se trata de un régimen que solo
quiere vivir de la renta. Ha recibido más de 1,7 “millones de millones de
dólares” y creyó que esta bonanza sería para siempre. Con este dinero pretendió
hacer posible su proyecto. Esto conecta de nuevo la política autoritaria con la
teoría económica y la política económica. En la jerga, podemos llamar a esta
“forma” populista de entender la economía tercermundista como “enfermedad
holandesa”.
§ La Economía Política de la Democracia
1.
Democracia, libertad y modernidad
Creemos
que la democracia define el régimen de la libertad y la modernidad. Es, en
efecto, el sistema donde reina la opinión y jamás una “ciencia” segura, que es
imposible. Este primer detalle implica que la creencia “moderna” en los
expertos de lo universal, expertos de la política, aquellos que sabrían dictar
“siempre” qué debe hacer la comunidad, no existen. Son un invento interesado
para crear un mercado muy rentable y también por aquellos poseídos por su
compulsión de dominio, amantes del poder por el poder mismo. De ambos tenemos
ejemplos en Venezuela.
Así
pues, la opinión que reivindicamos como legítimamente democrática es la de la
comunidad política. La comunidad política es el colectivo anónimo: usted y yo,
todos quienes conformamos un imaginario común y un “somos”. Terminamos
articulados en un valor que llamamos “Venezuela”. Una significación que
trasciende nuestra condición individual, que da sentido a esa comunidad que
dice “somos venezolanos”, porque allí queremos a nuestros hijos y su
descendencia; lo que nos conecta con un futuro deseado.
1.
Lo público: ámbito de lo político y
de la democracia
La
democracia confía y reposa en la capacidad de todos de participar en los
asuntos de todos. ¿Existe ese territorio que denominamos “lo público”? Si la
respuesta es Sí, entonces, ¿quién va a ocuparse de “eso” si no es la “comunidad
política”? Cualquier alternativa conduce a justificar la vocación autoritaria
que también existe y siempre está allí. Entonces, el problema que enfrenta la
sociedad moderna es cómo articularse sin socavar la democracia. ¿Por qué?
Porque pegada a la democracia está el «mayor bien de todos»: la libertad.
El problema es prepolítico, educativo e incluso psíquico. El ser humano
puede acceder a la autonomía, pero tendrá que aprenderla ejerciéndola. Tal
ejercicio requiere afecto porque fabrica el hábito de la libertad a través del
esfuerzo continuado; la libertad necesita pues ser querida, deseada, amada. El
problema moderno de la democracia y la libertad reside en que nos hemos
convencido de que ambas consisten en que cada uno se retire a atender
exclusivamente sus “propios” asuntos; y este “combo ideológico” se ha
completado con la falsa idea de que lo público no existe o es un estorbo del
que sólo especialistas deben ocuparse. Esto nos lleva a la educación como
estrategia fundamental del ethos democrático.
No hay vínculo directo, automático, entre política y democracia. La democracia
sería una manera de entender ese proceso de reflexión sobre sí misma, cuando se
abre de manera pública y el camino que conecta es el de la educación
democrática.
1.
Qué democracia
Queremos
elecciones libres y pulcras; que respeten los resultados, sean los que fueren,
siempre; y que la autoridad reguladora sea independiente del gobierno de turno.
Sea cual sea. Pero no sólo eso: queremos que los cargos no sean reelegibles
indefinidamente y menos aún el de presidente de la república, queremos que
todos los cargos sean revocables. Y queremos más porque hasta aquí lo que
tendríamos sería un sistema electivo oligárquico y no verdaderamente
democrático. Queremos democracia y no sólo “representación”. Aquí comienza
nuestra discusión, porque es claro que usted o yo podemos admitir alguna de
estas condiciones y otras no. Esto abre la discusión: ¿qué democracia queremos?
La
democracia, si se queda en la “representación”, se niega a sí misma porque
“profesionaliza” la política y esos “profesionales” se combinan con el poder
económico. Así, las desigualdades de todo tipo se alentarán, con las secuelas
conocidas. La tendencia “natural” de un sistema así es a no representar a
nadie. O, en todo caso, seguro no a las mayorías. Los “representantes” terminan
protegiendo los derechos y la propiedad de quienes ya gozan de ambos.
Entonces,
¿cuál debería ser el propósito de la política? Respuesta corta: disminuir la
desigualdad y ampliar la libertad; y el problema con la representación es que
anula a la comunidad. Es ceguera no querer ver el vaso comunicante entre lo
anterior y el autoritarismo. ¿No es autoritarismo que una misma “clase”
política maneje el país para siempre, excluyendo a la comunidad política y,
para colmo, con más desigualdad? El destino de esto es el desprestigio del
sistema.
Ahora
bien, ¿acaso no es el colmo de lo anterior que una sola y misma “persona” o
“grupo” maneje el país como quiera y para siempre? –¿no es acaso Venezuela hoy
el mejor ejemplo?– ¿la figura autoritaria no es acaso la representación llevada
a su extremo? El perro se muerde la cola: se comienza como democracia
representativa para terminar como “representación” sin democracia. Aparece
luego el “héroe salvador”, que eventualmente se hará dictador o que cuando
se“va” nos deja a “su” representante (el de él) y la historia vuelve a
repetirse. Y, dígame, ¿qué diferencia hace que sea de derecha o izquierda? Este
es el engaño liberal y marxista cuyo objetivo consiste en matar la comunidad
política. Entonces, preguntemos: ¿estamos condenados como sociedad a batirnos
entre una mala democracia y un aún peor autoritarismo social?
1.
Democracia: ¿régimen o
representación?
La
democracia es un régimen, no un procedimiento. Es un modo de ser y concebir la
sociedad. Las elecciones no bastan. Es una comunidad que se ve a sí misma como
autora de sus instituciones y que lo hace de forma explícita. Esa comunidad es
política, porque ejerce sin restricciones y sin miedo la discusión, reflexión y
deliberación, como manera de abordar los problemas colectivos y las tareas
derivadas del ejercicio de su libertad. Esa libertad supone a la vez la
apertura a todas las opiniones y la clausura de todos los dogmas. El requisito
esencial de este “modo de ser” es la autocrítica, la capacidad de dialogar con
las propias convicciones y mostrar apertura a la alteridad, especialmente a la
propia. Apertura hacia el otro, incluido el otro que “habita en nosotros”. La
democracia es la universalización de la política. Que no sea fácil, no nos da
permiso para convertirla en otra cosa.
Para
que la democracia sea posible es necesario que la política sea posible. Pero
por política hay que entender, no la intriga de Miraflores ni la mera lucha por
el poder, “sino una actividad colectiva cuyo objeto es la institución de la
sociedad como tal”. Ahora bien, ¿cómo reencontrar la democracia si no estamos
dispuestos a poner en duda radical todas las categorías e instituciones que nos
han traído hasta la ruina actual? ¿Vamos a creer que fue fatalismo o designio
de Dios o azar? ¿Negaremos nuestra capacidad de actuar sobre la situación para
dejar que sea la situación la que actúe sobre nosotros para siempre?
Para
salvar la democracia hay que desideologizarla, es necesario verla en forma
independiente y autónoma; y especialmente separada de las ideologías
dominantes: el liberalismo y el marxismo. Desde una perspectiva individual la
democracia es un modo de ser, actitud, que apunta al ejercicio de la libertad
como elemento esencial del ser humano que realizando actos libres responde por
ellos y hace aparecer la ética. La democracia, como expresión colectiva, es la
universalización de la política cuyo propósito es la constitución explícita de
la sociedad como tal, de sus instituciones. La democracia no es solo consigna o
procedimiento. La secuencia es la siguiente y perdónesenos el esquematismo: la
democracia requiere la libertad que requiere la política que crea instituciones
y hace ser la sociedad democrática, por tanto, libre. Hoy en día la democracia
es usada como comodín: ¿qué ideología la negaría? Ninguna. Pero en la práctica,
¿qué ideología la respeta? Ninguna; tanto el liberalismo como el marxismo la
han confiscado, la usan a su conveniencia y la traicionan.
A la
democracia hay que defenderla sola, por ella misma, porque es la única manera
de poner las cosas en su lugar. Una democracia mediatizada por la ideología es
autoengaño, aunque la motive la mejor buena fe, y será peor si lo que la guía
es sólo la “fe”. La democracia exige una “cabeza bien puesta”, requiere estar
alertas al cuidado y el trabajo de la libertad y a su derivado inmediato: la
necesidad de pedir y dar cuenta de la acción individual y colectiva. No acepta
etiquetas ni adjetivos. Que no sea algo fácil no autoriza a disminuirla porque
el peligro siempre será perder nuestro más grande bien: la libertad.
§ Fuentes y bibliografía
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—– Venezuela: el socialismo del siglo XXI y la
enfermedad holandesa, material de discusión, en el enlace,
https://economiapoliticaehucv.wordpress.com//?s=enfermedad+holandesa&search=Ir, última visita 8 de marzo de 2015.
https://economiapoliticaehucv.wordpress.com//?s=enfermedad+holandesa&search=Ir, última visita 8 de marzo de 2015.
[2] A este proceso de infiltración es a lo que llamamos “Economía
Política”. Se trata de una tradición que parte con Adam Smith, David Ricardo y
Carlos Marx y luego se fractura con las pretensiones funcionalistas de la
teoría marginalista hasta decantar con Marshall en mera “Teoría Económica”
(Economics). Desde entonces, la reflexión profunda en economía no ha hecho más
que degradarse hasta convertirse en pura ingeniería. Pues bien, los herederos,
tanto en la perspectiva liberal como en la marxista, han resentido esta
“culminación” de la ciencia económica. Intentaremos explicarnos.
[3] Nos referimos a la obra de Cornelius Castoriadis, “La institución
imaginaria de la sociedad”, que constituye una profunda reflexión que
“incorpora disciplinas como el psicoanálisis, la economía y la filosofía” y
formula otra manera de entender la sociedad. Referencias completas de esta obra
fundamental se encuentran en la bibliografía de este papel.
[4] Cada vez es mayor la coincidencia respecto a este asunto. Véase,
por ejemplo: http://prodavinci.com/blogs/chavez-vs-maduro-petroleo-popularidad-y-elecciones-por-francisco-monaldi/?utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+Prodavinci+%28Prodavinci%29.
Más importante aún es la confirmación de la constante procíclica de la política
de todos los gobiernos del siglo petrolero venezolano. Desde esta perspectiva,
nadie se distingue.
Por: Miguel Aponte
Economista de la Universidad Central de Venezuela
Twitter: @DoubleplusUT
Venezuela: Economía Política de la Democracia (Un ensayo para la discusión) @DoubleplusUT #especial
Reviewed by Editor PA
on
3/12/2015
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