Chavomarxismo: dogma y fracaso @DoubleplusUT #Especial
Los marxistas deberían temer menos una revolución fracasada que una revolución degenerada, pero desde su comienzo con Lenin y el partido bolchevique nunca fue así; jamás les importó ser coherentes y menos aún limitarse en su soberbia. ¿Por qué? ¿Todos son necios o algo hay desde la teoría marxista que los “hace” ser así?
Un fracaso es un evento del cual se puede aprender; pero el problema para el marxista es que -como sabe cualquier adulto normal- este resultado requiere el reconocimiento del error propio, lo que, en su caso, jamás ocurre cuando está en el poder. ¿Por qué?
Son una cosa en la oposición y otra cuando gobiernan. Saben oponerse, no saben gobernar. Ven los problemas de ejecución del “otro”, son ciegos respecto a los suyos. ¿Por qué?
Consta que no todos han sido brutos e ignorantes -Lenin no lo era-. La raíz de su problema radica en la convicción de creer que como su proyecto es “justo y necesario”, se les debe eximir de la crítica y, a la vez, otorgar un certificado de “superioridad moral”.
A Rousell preguntaron una vez si “moriría por sus ideas”. El filósofo respondió: “jamás, podría estar equivocado”. Así, lo que es obvio para cualquier mortal normal, es imposible para el marxista ortodoxo incapaz de analizarse a sí mismo. Entonces, en estas condiciones, ¿cómo evitar que sea capaz hasta de matar en nombre de sus “teorías”?
Su tragedia se repite porque al negarse a cambiar -¿para qué cambiar algo perfecto?- les es imposible comprender la realidad que siempre los rebasa sin que puedan articular otra respuesta que el infantil recurso de culpar a otros. Fracasan siempre, nunca aprenden.
Hasta aquí los trajo su dogma determinista-positivista, arrastrándolos desde las supuestas cumbres “científicas” de la “ley social”, hasta las miserables alcantarillas actuales. El dogma actúa como la cirugía plástica: niega el cambio pero, como es imposible negar la realidad, siempre se deforma, siempre se degrada para, de todas formas, al final, trágicamente, siempre fracasar.
Miguel Aponte
Profesor en la Universidad Central de Venezuela
@DoubleplusUT
En la Web:
Un fracaso es un evento del cual se puede aprender; pero el problema para el marxista es que -como sabe cualquier adulto normal- este resultado requiere el reconocimiento del error propio, lo que, en su caso, jamás ocurre cuando está en el poder. ¿Por qué?
Son una cosa en la oposición y otra cuando gobiernan. Saben oponerse, no saben gobernar. Ven los problemas de ejecución del “otro”, son ciegos respecto a los suyos. ¿Por qué?
Consta que no todos han sido brutos e ignorantes -Lenin no lo era-. La raíz de su problema radica en la convicción de creer que como su proyecto es “justo y necesario”, se les debe eximir de la crítica y, a la vez, otorgar un certificado de “superioridad moral”.
A Rousell preguntaron una vez si “moriría por sus ideas”. El filósofo respondió: “jamás, podría estar equivocado”. Así, lo que es obvio para cualquier mortal normal, es imposible para el marxista ortodoxo incapaz de analizarse a sí mismo. Entonces, en estas condiciones, ¿cómo evitar que sea capaz hasta de matar en nombre de sus “teorías”?
Su tragedia se repite porque al negarse a cambiar -¿para qué cambiar algo perfecto?- les es imposible comprender la realidad que siempre los rebasa sin que puedan articular otra respuesta que el infantil recurso de culpar a otros. Fracasan siempre, nunca aprenden.
Hasta aquí los trajo su dogma determinista-positivista, arrastrándolos desde las supuestas cumbres “científicas” de la “ley social”, hasta las miserables alcantarillas actuales. El dogma actúa como la cirugía plástica: niega el cambio pero, como es imposible negar la realidad, siempre se deforma, siempre se degrada para, de todas formas, al final, trágicamente, siempre fracasar.
Miguel Aponte
Profesor en la Universidad Central de Venezuela
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Reviewed by Anónimo
on
10/16/2016
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