Así se vive la guerra por el petróleo del Golfo de México
México se encuentra en una situación complicada, en caso de que las políticas petroleras en Estados Unidos sean tan permisivas como se ha prometido, pues abrir el Ártico y promover nuevas rondas de licitaciones en el Golfo crearían una competencia encarnizada para el país.
El 5 de diciembre de 2016 fue una fecha histórica para la industria petrolera mexicana, pues se celebró la ronda licitatoria más importante: aquella en la que se demostraría si la reforma energética promulgada en diciembre de 2013, y que fue negociada por el equipo del presidente Enrique Peña Nieto con el sector privado y la clase política, tendría finalmente el éxito anticipado.
En esa ronda de licitaciones estaban en juego más que los ocho de 10 campos petroleros en el Golfo de México que lograron asignarse, detonando con ello inversiones estimadas por alrededor de 41,000 millones de dólares (mdd) en los próximos 35 a 50 años, de acuerdo con la Secretaría de Energía.
Prácticamente, el futuro del sector energético mexicano estaba poniéndose en riesgo. Al final, como en cuento de hadas, el gobierno de Peña resultó ganador y la industria quedó satisfecha.
El éxito fue tal que medios nacionales reportaron que incluso la Secretaría de Energía consideraba duplicar el número de licitaciones que tenía programadas para 2017. Sin embargo, un factor apenas se anticipaba en el aire y nadie lo colocó en su justa dimensión: la llegada de Donald Trump al gobierno de Estados Unidos. A pesar de que se supo desde noviembre pasado, cuando ganó las elecciones, la verdadera incertidumbre llegó cuando tomó posesión de la sala oval de la Casa Blanca, en Washington.
En medio del asombro y la crítica mundial, la primera acción de gobierno fue la publicación del America First, plan de gobierno cuyo primer capítulo, al menos en la versión disponible en internet, es el que se refiere al sector energético.
Ahí, Trump y su séquito son claros: van a generar un nuevo boom del gas y petróleo de esquisto mediante el fracking, pero no sin antes abrir nuevas oportunidades para la industria de extracción y producción de hidrocarburos. Incluyendo al Golfo de México, que ya no fue el mismo luego del derrame petrolero de la plataforma Deepwater Horizon en 2010. Este incidente tuvo como principal protagonista (pues hubo otros) a la inglesa British Petroleum (BP), la cual ordenó a Halliburton llevar a cabo maniobras arriesgadas y sin protocolos, todo con el fin de acelerar la perforación.
Para lograr una promoción de fondo y asegurar que la industria petrolera estadounidense fuera una prioridad para el gobierno de Trump, unos días después de tomar posesión este nombró a Rex Tillerson, CEO de Exxon, la petrolera más importante de aquel país, como secretario de Estado, su operador político más importante.
A pesar de que en el Golfo de México, Estados Unidos no tiene la mayor parte de su riqueza petrolera, es cierto que tiene una cantidad importante.
De acuerdo con la Agencia de Información Energética de EU, en el Golfo se tiene un estimado de reservas por 4,867 millones de barriles de petróleo crudo que, sumado a lo que tiene disponible en condensados (hidrocarburos finos que tienen un alto valor de mercado) y líquidos del gas natural, totalizan 5,368 millones de barriles de petróleo crudo equivalente.
Esta cantidad representa el 12% de todas las reservas probadas de hidrocarburos que tiene registradas Estados Unidos en su territorios.
Efecto negativo
Pero más allá de las acciones, hay elementos dentro de la ecuación de la política de America First que el presidente no está considerando.
Al respecto, Miriam Grunstein, investigadora no residente del Centro México de Rice University, asegura que “mucho ayuda el que no estorba” para resumir los efectos que traería a la industria mundial de hidrocarburos el hecho de que Trump incentive a las grandes petroleras mundiales.
Por un lado, incentivar la producción de crudo y gas en EU crearía un efecto negativo en la industria global, pues actualmente la nación estadounidense es superavitaria en este tipo de hidrocarburos, es decir, produce más de lo que consume.
“Un gobierno al que no le interesa el intercambio comercial difícilmente va a obtener algún beneficio de esto. Sinceramente, creo que Trump no entiende la industria”, señala la experta.
Sin embargo, existe una esperanza para la industria, llamada Tillerson, de acuerdo con la experta en temas internacionales del sector petrolero.
De esta manera, la industria espera que la voz de Tillerson se haga sentir en las decisiones del presidente Trump en el seno de la Casa Blanca, pues conoce como pocos la industria.
Sin embargo, la industria también se mueve por una mano invisible en la que participan dedos como la Organización de Países Exportadores de Petróleo (la OPEP, con sus radicalismos árabes y venezolanos), la Agencia Internacional de Energía (que representa principalmente a los intereses europeos), a las grandes petroleras mundiales y, por supuesto, al gobierno de EU, país del que proceden varios de los precios de referencia más importantes del mundo, tanto en el caso del petróleo como del gas natural.
Por lo tanto, Trump no tiene el control de todos los dedos de esa mano invisible y smithsiana, con los que eventualmente tendrá que cooperar para poder ejecutar su plan. Esto, debido a que EU no puede consumir todo el petróleo que produce, y a pesar de que políticamente está apoyado por Rusia, Vladímir Putin tiene su propia agenda energética y detrás de él, también a grandes petroleras como Gazprom, el mayor productor mundial de hidrocarburos.
Fuente: Francisco Torres
El 5 de diciembre de 2016 fue una fecha histórica para la industria petrolera mexicana, pues se celebró la ronda licitatoria más importante: aquella en la que se demostraría si la reforma energética promulgada en diciembre de 2013, y que fue negociada por el equipo del presidente Enrique Peña Nieto con el sector privado y la clase política, tendría finalmente el éxito anticipado.
En esa ronda de licitaciones estaban en juego más que los ocho de 10 campos petroleros en el Golfo de México que lograron asignarse, detonando con ello inversiones estimadas por alrededor de 41,000 millones de dólares (mdd) en los próximos 35 a 50 años, de acuerdo con la Secretaría de Energía.
Prácticamente, el futuro del sector energético mexicano estaba poniéndose en riesgo. Al final, como en cuento de hadas, el gobierno de Peña resultó ganador y la industria quedó satisfecha.
El éxito fue tal que medios nacionales reportaron que incluso la Secretaría de Energía consideraba duplicar el número de licitaciones que tenía programadas para 2017. Sin embargo, un factor apenas se anticipaba en el aire y nadie lo colocó en su justa dimensión: la llegada de Donald Trump al gobierno de Estados Unidos. A pesar de que se supo desde noviembre pasado, cuando ganó las elecciones, la verdadera incertidumbre llegó cuando tomó posesión de la sala oval de la Casa Blanca, en Washington.
En medio del asombro y la crítica mundial, la primera acción de gobierno fue la publicación del America First, plan de gobierno cuyo primer capítulo, al menos en la versión disponible en internet, es el que se refiere al sector energético.
Ahí, Trump y su séquito son claros: van a generar un nuevo boom del gas y petróleo de esquisto mediante el fracking, pero no sin antes abrir nuevas oportunidades para la industria de extracción y producción de hidrocarburos. Incluyendo al Golfo de México, que ya no fue el mismo luego del derrame petrolero de la plataforma Deepwater Horizon en 2010. Este incidente tuvo como principal protagonista (pues hubo otros) a la inglesa British Petroleum (BP), la cual ordenó a Halliburton llevar a cabo maniobras arriesgadas y sin protocolos, todo con el fin de acelerar la perforación.
Para lograr una promoción de fondo y asegurar que la industria petrolera estadounidense fuera una prioridad para el gobierno de Trump, unos días después de tomar posesión este nombró a Rex Tillerson, CEO de Exxon, la petrolera más importante de aquel país, como secretario de Estado, su operador político más importante.
A pesar de que en el Golfo de México, Estados Unidos no tiene la mayor parte de su riqueza petrolera, es cierto que tiene una cantidad importante.
De acuerdo con la Agencia de Información Energética de EU, en el Golfo se tiene un estimado de reservas por 4,867 millones de barriles de petróleo crudo que, sumado a lo que tiene disponible en condensados (hidrocarburos finos que tienen un alto valor de mercado) y líquidos del gas natural, totalizan 5,368 millones de barriles de petróleo crudo equivalente.
Esta cantidad representa el 12% de todas las reservas probadas de hidrocarburos que tiene registradas Estados Unidos en su territorios.
Efecto negativo
Pero más allá de las acciones, hay elementos dentro de la ecuación de la política de America First que el presidente no está considerando.
Al respecto, Miriam Grunstein, investigadora no residente del Centro México de Rice University, asegura que “mucho ayuda el que no estorba” para resumir los efectos que traería a la industria mundial de hidrocarburos el hecho de que Trump incentive a las grandes petroleras mundiales.
Por un lado, incentivar la producción de crudo y gas en EU crearía un efecto negativo en la industria global, pues actualmente la nación estadounidense es superavitaria en este tipo de hidrocarburos, es decir, produce más de lo que consume.
“Un gobierno al que no le interesa el intercambio comercial difícilmente va a obtener algún beneficio de esto. Sinceramente, creo que Trump no entiende la industria”, señala la experta.
Sin embargo, existe una esperanza para la industria, llamada Tillerson, de acuerdo con la experta en temas internacionales del sector petrolero.
De esta manera, la industria espera que la voz de Tillerson se haga sentir en las decisiones del presidente Trump en el seno de la Casa Blanca, pues conoce como pocos la industria.
Sin embargo, la industria también se mueve por una mano invisible en la que participan dedos como la Organización de Países Exportadores de Petróleo (la OPEP, con sus radicalismos árabes y venezolanos), la Agencia Internacional de Energía (que representa principalmente a los intereses europeos), a las grandes petroleras mundiales y, por supuesto, al gobierno de EU, país del que proceden varios de los precios de referencia más importantes del mundo, tanto en el caso del petróleo como del gas natural.
Por lo tanto, Trump no tiene el control de todos los dedos de esa mano invisible y smithsiana, con los que eventualmente tendrá que cooperar para poder ejecutar su plan. Esto, debido a que EU no puede consumir todo el petróleo que produce, y a pesar de que políticamente está apoyado por Rusia, Vladímir Putin tiene su propia agenda energética y detrás de él, también a grandes petroleras como Gazprom, el mayor productor mundial de hidrocarburos.
Fuente: Francisco Torres
Así se vive la guerra por el petróleo del Golfo de México
Reviewed by Anónimo
on
4/10/2017
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